Universidad Omega, N° 74,
Agosto del 2019.

   En parte entusiasmado y en parte receloso por un titular de primera plana y media página de La Nación S.A. que decía “Alumnas: violencia sexual es cosa de todos los días en ‘U’ públicas” (28-5-2019) llegué en las horas de primer ingreso al campus Rodrigo Facio este pasado mes de mayo dispuesto a ver en jardines, aulas, corredores y calles las cacerías de mujeres de toda edad con sus vestidos desgarrados y alteradas por el ataque de uno o varios machos semidesnudos o vestidos solo con toga magisterial que a los alaridos o agitando actas de notas las perseguían con fines confesables solo en bares y jamás en los circuitos judiciales.  Mi emoción decreció cuando observé solo parqueos atestados, estudiantes de todos los sexos y edades imaginables transitando con sus bultos e ingresando o saliendo de los edificios (quizá adentro ocurría el avisado espectáculo) y personal de servicio removiendo hojas, trasladando correspondencia, todos ellos sin revelar turbación sexual alguna y quizás algo sosos. Cosa extraña, el titular de La Nación S.A. o se equivocaba o exageraba o mentía. Como se sabe, en sus titulares el medio suele hacer campaña para los que considera intereses de sus propietarios.

   Como es también sabido acoso y agresión sexual son considerados delitos en el ámbito penal costarricense. El expresidente Óscar Arias se enteró hace poco de ello. Por desgracia el acoso sexual “en los establecimientos educativos” es investigado y resuelto, para bien o para mal de los involucrados, como un “asunto interno” de la institución y, por ello, sus autoridades resuelven. Obviamente se trata de una situación anormal. Si acoso y abuso sexual tienen carácter penal, y así parece ser en Costa Rica, entonces todo acoso y abuso de este tipo ha de ser conocido en los circuitos policiales y judiciales respectivos. Si se da un robo en algún liceo o Universidad el asunto lo investiga el OIJ y lo conoce, cuando corresponde, el circuito judicial a quien compete. Acoso y abuso sexual son delitos graves contra la vida (existencia) de las personas (mujeres, varones y otros) y también lesionan la sociabilidad fundamental. No constituyen, en ningún caso, cuestiones administrativas. Por lo tanto hay que cambiar y tan rápido como se pueda, la competencia de quienes deben conocer estos delitos. No pueden quedar confinados a las autoridades administrativas de institución alguna. El asunto es tanto más seguro para las víctimas del delito como para quienes son acusados por él. Luego, a conseguir rápido esa reforma.

   Llama la atención que acoso sexual y abuso de poder se denuncien solo en relación con varones. Entiendo lo del dominio patriarcal, el machismo, etcétera. Pero mi centenaria experiencia me recuerda que en sectores de la Universidad donde estudié el acoso provenía de profesores y profesoras. Sus víctimas eran mujeres, varones y otros. Posteriormente, en al área de la Universidad Católica con la que colaboré, conocí una realidad que entonces me pareció cómica. Dos académicas se disputaban ser las primeras en tener relaciones sexuales con profesores nuevos que llegaban invitados normalmente por sus recientes doctorados en Europa (esto en Chile no era muy corriente medio siglo atrás). La que ganaba la apuesta recibía un agasajo de quien la perdía. Si les parecía atinado invitaban al varón capturado. Mi opinión es que los doctores utilizados en esas tramas eran víctimas de acoso sexual (aunque no lo advirtieran). El asunto no intenta quitar gravedad a las denuncias en Costa Rica. Solo recuerda que el acoso también puede provenir de mujeres hacia varones y mujeres, aunque parezca inusual. De paso, digamos que ha de existir un porcentaje de varones a quienes les irrita ser tratados como objeto sexual (sin que se les advierta).

   En un tema concerniente pero paralelo. En las universidades públicas latinoamericanas suelen reunirse las y los jóvenes más atractivos (intelectual y físicamente) del país. O al menos un porcentaje alto de ellos. También el personal universitario (profesional y administrativo) suele ser escogido y una parte significativo de él cabe en la casilla “persona cordial y atractiva”. Esto hace que las universidades públicas en América Latina sean espacios de encuentro emocional, sexual y humano importantes y propios por constructivos. Por lo tanto, denunciemos sin tregua el acoso, el abuso y la violencia desde el poder. Pero miremos sin mojigatería alguna los afectos provechosos, las amistades forjadas con sentimientos dignos, a veces pasajeras, a veces de larguísimo aliento, que se dan en estos sitios. La enérgica denuncia del abuso y el acoso debe aprender asimismo a reconocer el amor sincero y honesto de jóvenes y adultos en las universidades. Por fortuna, existe.
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   Conversación

Enrique, Mario.- Coincidimos por entero con su enfoque. Las denuncias pueden tener un trámite administrativo, pero deben ventilarse jurídicamente en los organismos policiales y judiciales pertinentes. Mantenerlos en las universidades y  para que los informen comisiones nombradas por su autoridad conduce a la  impunidad o al castigo leve o, lo  que es igual de grave, a una sanción de quien es adversado por la autoridad de turno. El actual sistema facilita tanto la impunidad (absuelve o determina una pena leve para el agresor) como el atropello para quien es denunciado sin que existan pruebas de su delito pero que no es “amigo” de la autoridad. Las dos cosas son negativas y no pasarían (o pasarían menos) en los circuitos judiciales.

HG.- Les agradezco la opinión. Ojalá se avance rápido en este sentido.

Luisa, Margot, Stefanía (y varias personas más).- ¿En verdad usted esperaba disfrutar de ese espectáculo bochornoso?

HG.- Trabajo en la UCR y sé que el acoso y la violencia sexual existen y que especialmente perjudica a las estudiantes. También sabía que los titulares del periódico, por forma y contenido, eran tendenciosos y no expresaban lo que las estudiantes organizadas denunciaban y reclamaban. El periódico utilizaba esas denuncias, por demás justas. Acoso y violencia suelen darse subterráneamente y no es raro que sus víctimas no los denuncien por temor a represalias y porque quienes lo sufren suelen no contar con el apoyo masivo de sus compañeros y compañeras estudiantes. Y por supuesto tampoco fui temprano a la UCR. En la mañana temprano materializo asuntos de trabajo y hago algunas vueltas rutinarias que favorecen a gente de mi hogar. Mi ironía es hacia el periódico, no hacia quienes sufren y denuncian acoso. Si las irrité, pues me disculpo. Y aquellas de ustedes que están en esta lucha, manténganla y refuercenla. Con su éxito ganamos todos.

Cecilia, Patricia, Néstor y otros (Costa Rica).- ¿Coincide usted con las declaraciones del Rector de la UNA que estimó que las denuncias de las estudiantes han permitido al periódico La Nación situarse como bandera de las políticas de género y poner en la picota a las universidades públicas?

HG.- Las declaraciones del rector señor Alberto Salom fueron posteriores a mi artículo y entiendo las hizo en el curso de una sesión institucional. Si lo que quiso decir es que las estudiantes de la universidad deben “lavar la ropa sucia en casa” y evitar que sus denuncias sean utilizadas por un periódico como parte de su campaña permanente contra las instituciones estatales y específicamente contra las universidades públicas y que su rectoría tiene acciones contra el abuso sexual, no coincido con su posición. Las estudiantes tienen pleno derecho a expresar sus opiniones como lo deseen. Lo que sí es cierto es que si ellas sienten que un periódico usa sus posiciones para sus propios fines, deberían también expresarlo (probablemente en un campo pagado). Desconozco los avances que se han logrado en la UNA contra la violencia sexual que afecta principalmente a las estudiantes. Obviamente deseo sean efectivas pero mi posición de fondo es que deberían ser conocidas de inmediato por las autoridades policiales y judiciales (o municipales) si constituyen delito o contravención. Las universidades públicas podrían cooperar con abogados de la institución o ad hoc para estos fines. Lo que resultara más rápido y eficaz. También las federaciones de estudiantes podrían destinar algo de su presupuesto  para estos trámites. Si la universidad desea realizar su propia investigación puede hacerlo. Pero el castigo si corresponde debe proceder de los circuitos judiciales y estar apegado a derecho. Las penas en firme contra abusador y acosador deben ser enteramente aceptadas por las autoridades universitarias. Con lo que puede además cooperar la universidad es trasladando de puesto al acusado judicialmente mientras se realiza la investigación y el juicio o suspendiéndolo con goce salarial. Lo último para evitar demandas posteriores onerosas si el acusado es declarado inocente en los circuitos judiciales. Seguramente hay que cautelar muchos más detalles para evitar daños a la institución. Y desde luego lo que se quiere erradicar, ojalá del todo, es que se den abuso y acoso.

Felipe Adrián, Humberto (Costa Rica).- Aunque admiramos su ironía nos provocó angustia y desazón su artículo “Sobre el acoso sexual”. El primer párrafo nos parece terrible y grotesco, lo decimos con respeto. No creemos logre comunicar lo que usted quiso decir. En redes sociales se ha comentado muy desfavorablemente. Hemos leído sus anotaciones o respuestas en el sitio, pero estimamos sería conveniente responder a todas las opiniones que han circulado en redes.  En alguna clase alguna vez usted nos dijo: “Si la filosofía no comunica, ¡no sirve!”. Este es un caso en que se comunica al revés de lo que se quiere decir y en que se lastima a muchas y a muchos.

HG.- Las agradezco el recuerdo y la comunicación. En realidad, la comunicación la produce o efectualiza quien la recibe, no quien la emite. El artículo publicado en el Semanario tiene un primer párrafo que remite a una primera página de La Nación S.A. El segundo párrafo a que el acoso sexual (contra mujeres y varones) es delito en Costa Rica. Aconseja por ello este párrafo a quienes lo sufren (el acoso) acudir a las autoridades policiales y judiciales pertinentes y no limitarse a denunciar a las instituciones (de educación superior u otras) los abusos o acosos. Lo mismo he recomendado en las situaciones de abuso en las que se involucra a religiosos y religiosas. Haga primero su denuncia a las autoridades policiales o judiciales. No hacerlo puede perjudicar la situación de los abusados o acosados. Si la ley concede potestades a los centros educativos para investigar el acoso o el abuso, entonces hay que modificar esa ley. El tercer párrafo recuerda que las víctimas de acoso pueden ser tanto mujeres (la mayoría de casos) como varones. Hago un recuerdo de Chile al respecto. El tercer y último párrafo dice que las universidades públicas en América Latina reúnen a gentes seleccionadas, muchas veces atractivas en espíritu y cuerpo. En ellas por tanto suelen darse atracciones sentimentales y más. Si no descansan en arrogancias ni se transforman en abusivas, si son consentidas y apreciadas por quienes las han incorporado a sus vidas, es mejor admirarlas que condenarlas aunque sean transitorias. Por supuesto, también es factible ignorarlas. Aprovecho la comunicación de ustedes para medio recordar (ya no la tengo a mano) que la fotografía de primera plana de La Nación S.A. solo mostraba a estudiantes mujeres. Estoy seguro, como lo muestra su nota, que también varones estudiantes protestan y se movilizan contra el acoso y abuso sexual que afecta a sus compañeras. Eso es bueno. En las luchas justas hay cabida para todos los individuos decentes. No todo el mundo tiene esta última opinión. Incluso las luchas de mujeres están divididas. Lamento sinceramente que en las redes sociales (no participo en ellas) se den muchas críticas contra el artículo. Lo dije al comienzo: la comunicación la produce el receptor, no el emisor. En este caso, el emisor quiso iniciar su texto con un párrafo irónico e incorporar luego mensajes que tornaran más efectiva la lucha de esas estudiantes y sus compañeros. Si se lee de otra manera, las razones pueden ser muy variadas. Entre ellas que el artículo haya sido mal pensado y peor escrito. O, también, que su autor sea repudiado, diga lo que diga.
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