Grupo Democratización y

democracia en América Latina,

2004/2010.

 

     
        
                                    
    La revista América Latina en movimiento incluyó en una de sus ediciones del año 2004 un cuadro con siete mandamientos sobre la democracia (1), firmados por Fernando Mires. Esta nueva tabla de la ley amerita una discusión latinoamericana. El propósito más obvio de esta discusión consiste en procurar entender de qué se está hablando, no para inferir comportamientos morales, sino para ser más eficaces en la acción política en que se empeñan diversos sectores de nuestros pueblos, desde el Frente Zapatista de Liberación Nacional en México, hasta el movimiento indígena mapuche chileno y su Consejo de Todas las Tierras, pasando por el Pachakutik ecuatoriano, lugar de edición de la revista, en esta transición entre siglos. Como es posible que no todo el mundo, en especial los actores empeñados en configurar un poder popular local, haya reparado en el texto de Mires, lo reproducimos íntegramente y sin falsearle un signo en nota al pie.

 

    Cuestiones elementales sobre el tema


    Debe recordarse, antes de examinar los mandamientos de Mires, que ‘la’ democracia no existe, excepto como concepto-valor en formas discursivas o discursos. Así, por ejemplo, no es lo mismo poliarquía, o democracia procedimental, en la conceptuación y presentación de Robert Dahl, que en la exposición más roussoniana de J. Habermas, quien la estima proceso discursivo y argumentativo orientado a la formación de una voluntad común. En la primera, gobierna la ‘clase política’. La segunda idea apunta hacia la comunicación y la soberanía popular, aunque ambas reflexiones puedan coincidir en la igualdad ante la ley. Esto, si consideramos autores modernos, todavía vivos. Si retrocedemos en el tiempo, para Platón y Aristóteles, con diferencias entre ellos, ‘la’ democracia era una forma de gobierno corrupto porque potenciaba el libertinaje o daba poder a los pobres. Si nos acercamos al siglo XIX,  el liberal B. Constant (1767-1830) refiere la democracia moderna a la libertad individual ante el Estado, por oposición a la democracia antigua en la que la libertad consistía en la participación directa y asamblearia en la formación de leyes. De aquí que se pueda entender hoy ‘la’ democracia o como la forma de gobierno de una sociedad capitalista de mercado o como una formación social en la cual todos sus miembros tienen igual libertad para realizar sus capacidades (J. Stuart Mill). Por supuesto, se trata de variedades liberales acerca de ‘la’ democracia.

     No intentamos aquí, sin embargo, hacer la historia de las diversas formas en que ha sido pensada y valorada ‘la’ democracia. Solo insistir en que este concepto-valor posee existencia solo dentro de un determinado discurso, discurso que no puede ser mejorado sin tocar el marco conceptual y valorativo que lo sostiene aunque, desde luego, puede ser criticado y adversado desde otras racionalidades y criterios. Como último ejemplo de esta realidadad, indiquemos que, para efectos de formaciones sociales modernas, C. B. Macpherson distingue, en su La democracia liberal y su época, entre la democracia pensada sin clases o con una sola clase social (Jefferson, Rousseau) y la democracia como forma de gobierno en relación con la existencia de clases (utilitaristas, siglo XIX).

    Que ‘la’ democracia únicamente exista como concepto-valor en un específico discurso no quiere decir que ese discurso no surja en contextos determinados o que no pueda alcanzar incidencia en las fuerzas sociales y en las instituciones de su tiempo u otros. Pero no surge de esos contextos ni incide en ellos como ‘la’ democracia, sino como un discurso democrático comparado con otros y, por ello, rebatible, y, también, enfrentado por discursos no democráticos y antidemocráticos. En la transición entre siglos, y al calor de la experiencia venezolana, se ha discutido en América Latina, por ejemplo, sobre el carácter o representativo o participativo de ‘la’ democracia y los adversarios más férreos de esta última la consideran fascista o comunista. Un segundo alcance en relación con esta forma discursiva de existencia de ‘la’ democracia es que ella no puede ser perfeccionada significativamente desde su propio marco categorial que, para estos efectos, funciona como invariante.

    Si ‘la’ democracia no existe sino al interior de un discurso determinado, ¿qué existe entonces en la existencia diaria y material y no puramente como discurso? Lo que existe son instituciones democráticas que condensan y expresan, mejor o peor, lógicas democráticas. Estas instituciones resultan del juego de diversas fuerzas sociales en el marco de un Estado de derecho (o por su constitución si es que este dispositivo no existe), o sea de una convivencia regulada y sancionada por leyes de aplicación universal (general), y que funcionan de un modo tal que nadie pueda ser perseguido y hostilizado, excepto por la comisión o sospecha de comisión de algún delito. En este Estado, nadie, tampoco, es una ciudadano “por encima de toda sospecha”. Lo que vale para los individuos vale asimismo para los sectores sociales. A este decantamiento de instituciones  que funcionan de acuerdo a una lógica democrática las englobamos bajo la expresión o concepto “procesos de democratización”. Los procesos de democratización son, obviamente, sociohistóricos y, entre otras diferencias en relación con ‘la’ democracia, admiten perfeccionamiento, y también retrocesos, al interior de su propio despliegue. Es una discusión, en cambio, que puedan ser ‘mejorados’ desde otros marcos, es decir mediante la incidencia de fuerzas sociales alternativas a las social y políticamente reinantes.

    Los procesos de democratización no se concentran por fuerza en las instituciones reductivamente políticas, o sea en el ámbito que tiene como referente el dispositivo estatal, sino que pueden materializarse también en instituciones de la sociabilidad fundamental: la familia puede democratizarse, el lugar de trabajo admite democratización, la iglesia puede asumir, quizás, prácticas democráticas, etc. Para ello, éstas (y otras instituciones) deben organizarse con lógica, o sensibilidad o espiritualidad, democrática.


    ¿En que consiste esta lógica o espiritualidad que debe animar a las instituciones democráticas? Modernamente, ‘democrático’ se opone a autocrático, es decir a Estados y gobiernos cuyo poder se gesta y reproduce por sí mismo, como el poder del padre en la familia patriarcal o el del amo (despotés) sobre el esclavo. El poder autocrático despótico exige súbditos obedientes e incapaces de gobernarse por sí mismos, ya se trate de hijos, mujeres, esclavos o ancianos. ‘Democracia’ hace por ello referencia a un poder no natural, gestado no por súbditos sino por ciudadanos activos que se interesan por la cosa común o pública (república) y participan en su administración y control. Un ciudadano posee, por tanto, autonomía (que se deriva y materializa de su información y capacidad para actuar), consigue autoestima con su participación en la vida pública, e irradia esta autoestima (colectiva) a otros. Por tanto las instituciones con lógica democrática se dan condiciones (gestación, organización) que potencian la autonomía, la autoestima y la irradiación o testimonio de la cosa pública en el ciudadano y, como debería ser obvio, en el ser humano como experiencia genérica, o sea universal. Para quienes extrañen el sufragio en esta sumaria indicación, digamos que él está contenido en la noción de ‘participación’.

    Lo anterior quiere decir que los procesos de democratización deben intentar configurarse mediante una lógica democrática. No basta decir que un golpe de Estado busca restablecer ‘la’ democracia, sino que el ‘golpe de Estado’, o interrupción de las instituciones políticas, debe estar animado por una lógica democrática (participación de la mayoría ciudadana, generación de identidades y autoestima humanas, sociales y ciudadanas, irradiación colectiva de ellas, etc.). Por ello un golpe de Estado de Seguridad Nacional, por ejemplo, no puede (tampoco lo intenta) “recobrar” o constituir la ‘democracia’ y, en cambio, en las condiciones latinoamericanas una revolución social sí podría constituir y generar procesos de democratización. Con lo que no se afirma aquí que históricamente lo haya hecho entre nosotros. Se realiza la indicación solo para indicar que los procesos de democratización no son conceptualmente incompatibles con el empleo de la violencia política, incluso la más extrema. La Revolución Francesa puede entenderse como fase de un proceso de democratización, por ejemplo. No interesa aquí si se frustró o prosperó.

    Por ello, es conveniente diferenciar analíticamente entre ‘la’ democracia y procesos de democratización. Los seres humanos, como fuerzas sociales, son protagonistas de los procesos de democratización. Si no asumen este protagonismo las instituciones que resulten de su pasividad o inercia resultarán magra o nominalmente democráticas. Los valores democráticos constituyen experiencias de vida. ‘La’ democracia, en cambio, es un tipo de discurso que puede ser o más analítico o más ideológico (en el sentido de políticamente manipulador). La administración Bush, por ejemplo, lleva ‘la’ democracia a los pueblos de Irak, mediante la invasión, la guerra, el etnocentrismo y la imposición de gobernantes títeres. Las resistencias nacionales irakíes, en cambio, son valoradas por esta misma administración y la prensa masiva como parte de una conjura terrorista. Aquí señalamos que las probabilidades de conformar procesos de democratización son más altas para estas últimas que para los esfuerzos estadounidenses, aunque regalemos a ellos la sinceridad y la buena voluntad. Que, por supuesto, es un regalo excesivo.

    Una última cautela: esquemáticamente, ‘democracia’ puede remitir a una forma de gobierno, a una manera de elegir gobiernos o a un estilo de existencia (cultura democrática). La última es la más vigorosa. La reducción del concepto a los dos primeros alcances es una forma de desviación politicista, muy común en el imaginario moderno. Esta reducción forma parte de los mandamientos de Mires.


    Examinemos, sin embargo, estos mandamientos que, por supuesto, no hacen ninguna distinción entre ‘la’ democracia y procesos sociohistóricos de democratización.

 

    1.- La tolerancia política ha de terminar justo allí donde comienza una dictadura.


    Este mandamiento posee todos los inconvenientes de un precepto moral absoluto. El principal es que un precepto moral objetivo universal demanda un Intérprete o Vicario privilegiado, como Moisés, o el Papa. En efecto, según el mandamiento, el orden debido de las cosas es ‘la’ democracia, ¿definida o determinada cómo? ¿Por las elecciones? La familia Somoza siempre fue electa. Igual Fujimori. ¿Por la concentración de poder y desprecio por el Estado de derecho? La administración Bush hace ambas cosas con entusiasmo (con el voto favorable del senador Kerry, por cierto) y eso no impide que Estados Unidos sea la principal ‘democracia’ del planeta. Dicho sea, de paso, la ciudadanía estadounidense parece estar feliz con una administración que viola sus derechos ciudadanos. Y el demócrata Putin es aclamado por su guerra criminal contra el terrorismo chechenio. La razón para que en su momento Somoza, Fujimori, y hoy Bush y Putin sean protagonistas democráticos es que el Intérprete privilegiado, quienquiera sea, deposita en ellos la suerte (local o cósmica) de ‘la’ democracia. Somoza mantenía a raya a los comunistas. Fujimori secaba la inflación y a Sendero Luminoso. Bush y Putin protagonizan brutal y patéticamente su imprescindible guerra global preventiva contra el terrorismo.

    El mandato moral hace referencia, además, a la tolerancia y a lo intolerable. Una dictadura es absolutamente intolerable y, suponemos, se debe luchar contra ella por todos los medios. El problema es si se poseen esos medios y la capacidad para usarlos. Por ejemplo, los nacionalistas chechenios estiman que la subordinación a Rusia es intolerable. Así, luchan por la independencia, pero carecen de la fuerza para lograrla. La tolerancia y la declaratoria de intolerancia y su práctica tienen que ver, por tanto, con relaciones de fuerza y, por ello, con conveniencia propia, no siempre moral. Fuerza e intereses deciden finalmente lo que es tolerable. Algunos judíos presos en campos nazis cooperaban con ellos y acosaban a otros judíos. La fuerza eclesial decidió, en la Europa de los siglos XVI y XVII, que mujeres humildes fueran perseguidas y quemadas como brujas para fragmentar y desviar la desesperación e indignación populares. Es siempre la fuerza, una relación social, la que resuelve en qué momento desatar una indignada furia asesina contra lo intolerable, una cosificación, hasta borrarlo de la faz del planeta. No pareciera necesario dar ejemplos, pero por si alguien carece de imaginación, las Fuerzas Armadas chilenas y los empresarios de ese país decidieron que les resultaba intolerable el régimen constitucional que había hecho posible el gobierno de Unidad Popular (humanoides comunistas) y se recetaron un golpe de Estado. Los ‘demócratas’ callaron o aplaudieron. Más de cuarenta años después, todos (¿todos?) aplauden porque la brutalidad del régimen domesticó a los trabajadores y abrió paso al actual ‘éxito’ económico y ‘democrático’ de Chile.

    Esto último, éxito y democracia, pensamos, nadie lo declararía “intolerable”. ¿Quizás los familiares de los desaparecidos, torturados, asesinados? ¿Y los empobrecidos? Pero ellos carecen de fuerza para determinar cosa alguna como intolerable, que es otra manera de pronunciar ‘obsceno’. Deben tolerarlo todo. Lo más que pueden hacer es negarse a morir, como los personajes de Rulfo.

 

    2.- La peor de las democracias es mil veces preferible a la mejor de las dictaduras.


    ¿Por qué solo mil veces? ¿Por qué no siete mil seiscientas doce? ¿A quiénes se tomará en cuenta para que manifiesten su preferencia? ¿A Silvio Rodríguez? ¿Le impondremos la ‘peor de las democracias’ a Silvio Rodríguez para que no pueda “morir como vivió”? ¿Y también a los negros cubanos mayores de 45 años?


    ¿Cómo sería la peor de las democracias? ¿Una, por ejemplo, en que autárquica y monopólicamente la clase política y sus intereses resuelven las candidaturas en países que producen fragmentación social y múltiples empobrecimientos y en la que el Estado se administra como una máquina clientelar para hacer buenos negocios? Obviamente, no se respetan en estas democracias sino aleatoriamente derechos humanos. Y los partidos son pragmáticos, o sea maquinarias electorales y de administración pública, es decir saqueadores. El saqueo, ‘naturalmente’, tiende a quedar impune.  Estoy en la introducción de la tipología de las democracias restrictivas latinoamericanas actuales. Podría agregar que en ellas la mayor parte de la ciudadanía es pasiva y lleva su indiferencia (que es socialmente producida), en algunos casos, como Colombia, a una abstención electoral superior al 50%. ¿Esta sería la peor? Desde luego, siempre es posible imaginar, y vivir, algo peor. ¿Habría que soportar esta democracia peor o tornarse indiferente ante ella para no caer en la temida dictadura?

    ¿Y cómo será la mejor dictadura? ¿Una que llega mediante una masiva movilización popular al poder y que, una vez fugada la antigua dirigencia, se da normas de excepción para poder realizar, por ejemplo, la reforma agraria e integrar económica y socialmente la nación? ¿Una que se compromete a respetar la legislación internacional? ¿Y que redistribuye el excedente social para que las posibilidades de realización personal sean universales? ¿Y que prioriza la educación de calidad, la salud y el empleo? ¿Y que potencia la organización de la población para que controle directa e indirectamente a la dirigencia política de modo de no permitirle modorra, corrupción, culto ni burocratización?


    Una dictadura de este tipo seguramente, por lo del mal ejemplo, atraerá odios y conspiraciones en su contra. Y tal vez quiera asegurar por tanto la sobrevivencia de su dirección política mediante el dispositivo de un partido único. Las elecciones, por tanto, no resultan democráticas porque la ciudadanía no puede cambiar a los dirigentes de ese partido.


    Por supuesto, no describimos nada que exista. Pero esta ‘mejor’ dictadura, ¿resultará mil veces detestable en relación con la peor democracia?


    ¿Por qué lo sería? ¿Porque en ella no existe libertad? En las plutocracias de mercado tampoco, como nos lo dice el estadounidense R. Dahl, para nada sospechoso de comunista u otra aberración semejante. ¿Porque en la dictadura no se respetan derechos humanos? Que se sepa, no se respetan en ninguna parte ni nacional ni globalmente. ¿Porque no existe seguridad? ¿Pero no es que las democracias latinoamericanas multiplican las vulnerabilidades?


    Tal vez en la peor de las democracias, algunos, no todos, puedan ir cómodamente en bicicleta los sábados al mercado, dejando segura a la familia en casa,  una vez en el negocio elegir los rabanitos y las lechugas preferidas, y una carne para el asado que se disfrutará después del mediodía, tal como estaba previsto. Es probable que esto pueda hacerse en muchos países europeos ¿Ésta es la libertad y seguridad a la que se refiere el mandamiento y por las que habría que preferir la peor democracia a la mejor dictadura? Esa seguridad y libertad elementales, y si solo existen ellas, también paupérrimas, no existen para nadie en América Latina.


    ¿Y por qué el mandamiento obliga a elegir maniqueamente entre democracia y dictadura y no a seleccionar entre tipos de instituciones democráticas cuyo carácter podría derivarse de diversas fuerzas sociales? ¿O, más perversamente, entre tipos de instituciones dictatoriales cuyo carácter se seguiría también de la diversidad conflictiva de fuerzas? Jeane J. Kirkpatrick, en su momento de gloria, distinguió entre gobiernos autoritarios (las dictaduras de Seguridad Nacional, por ejemplo) y gobiernos totalitarios. Podía amar, o sea asociarse, con los primeros, pero detestaba a los segundos. La señora representaba entonces en Naciones Unidas a la más formidable, vigorosa y completa (se puede agregar aquí cualquier elogio superlativo) ‘democracia’ occidental, la de Mickey Mouse. ¿Por qué el mandamiento deja por fuera el exquisito talento político de esta señora?

 

    3.- Nunca justifiques ni defiendas una dictadura para los demás si tú mismo (misma) no quisieras vivir bajo ella.


    Este mandamiento se las trae, aunque acepta la objeción planteada más arriba por el discernimiento de la señora Kirkpatrick. Se las trae porque más que agotarse en las impreferibles e indefendibles dictaduras, trae a escena el tema de la relación entre teoría y práctica. E. Galeano escribió alguna vez algo simpático sobre esta relación. Dice que el abismo entre decir y hacer es tanto en la política moderna, que cuando ambos se topan en una esquina no se saludan porque no se reconocen. Su texto era un homenaje al Che. Pero, abandonando a los emboinados famosos y admirados, pero seguramente también injustificables, recordemos que Kirkpatrick justificaba y defendía dictaduras porque ello servía a los intereses (democráticos) de Estados Unidos. Estoy casi seguro que Jeane no deseaba vivir bajo la dictadura (mestiza, india, sudorosa, café, ‘latina’) de los militares y terratenientes y comerciantes guatemaltecos. Pero a la distancia hallaba simpáticos a sus socios. Y si no los hallaba simpáticos, al menos los valoraba útiles.


    ¿Será que el mandamiento no se aplica a gobernantes y funcionarios de los países centrales y es solo para consumo de las masas ‘ciudadanas’ periféricas?


    ¿Y qué pasa si mi personalidad me dice que no quiero vivir en ‘la mejor’ democracia y que solo seré feliz en un régimen autoritario? ¿Cómo se castigará a este individuo aberrado?

 

    4.- Nunca defiendas una dictadura porque sea de izquierda, de centro o de derecha. Toda dictadura significa la abolición de la izquierda, del centro y de la derecha.


    Es cierto que los mandamientos morales metafísicos o iluminados por el Espíritu no tienen para qué preocuparse por la historia, pero los romanos antiguamente veían en la dictadura constitucional un instrumento efectivo para lidiar con problemas determinados, como una guerra, por ejemplo. En algo parecido debe estar pensando la administración Bush cuando liquida el derecho internacional y torna azarosa la legislación interna de su país para llevar a cabo su guerra preventiva contra el terrorismo. Pero, bueno, son cosas de la historia.


    El mandamiento nos dice que una dictadura borra la política y que en ellas ya no existe más izquierda ni derecha ni centro. Sin embargo, habrá que conceder que existirá al menos un individuo o un sector antidictadura. De modo que la dictadura no anula el juego político. Por fuerza, tampoco anula la política que, vista así, no se reduce a izquierda, derecha y centro ideológicos. En el Chile de las Fuerzas Armadas y de los empresarios, por ejemplo, los opositores, víctimas y otros, se reunían a jugar ajedrez. También aplaudían fervorosamente las homilías en las iglesias, cualesquiera fuesen sus contenidos. Otros practicaban jogging en grupo. Eran formas humildes y dramáticas de expresar socialmente que se estaba contra la dictadura. Dar jaque, aplaudir desaforadamente y caminar o trotar en comunidad eran manifestaciones antimilitares, antirrepresivas y antiempresariales de la lucha política. Si se desea, formas de solidarizar con derechos humanos. ¿Derechos humanos está a la izquierda, al centro o a la derecha? ¿O por todas partes? ¿No es cierto que se trata de un tema complejo y que, por ello, excede el esquematismo del mandamiento?


    En América Latina, además, lo usual es que las dictaduras tengan inclinaciones u oligárquicas, neoligárquicas o populares. Así, quienes quieren la integración económica y social de su país, la defensa de sus riquezas naturales y del hábitat, una mejor distribución de la riqueza producida, el reconocimiento del pluralismo cultural, la defensa del ambiente y la diversificación del comercio exterior, el ahorro interno, etc.… podrían, si las instituciones democráticas no se ocupan de esos asuntos o se mal ocupan, preferir alguna forma de institucionalidad o constitucionalidad dictatorial temporal (considerando que todas las instituciones humanas son temporales). Nuevamente estamos ante opciones complejas que vuelven a exceder el esquematismo abstracto del mandamiento.


    ¿Será esta inadecuación entre el mandamiento y lo que pretende normar signo de una existencia social compleja, incluyendo la subjetividad humana, o del simplismo de un mandamiento moral absoluto y fácil de proferir, pero que niega la historia o flota ‘cómodamente’ por encima de ella?

 

    5.- En un conflicto entre una nación democrática y una dictadura nunca tomes partido a favor de una dictadura. Eso siempre se paga muy caro.


    A este mandamiento se le anduvo cayendo algo, quizás el estilo, que aquí es chato. No tomes partido por una dictadura porque no te conviene (“se paga muy caro”). El criterio es utilitario, no moral. Es del tipo, ‘nunca te cases con la hija de campesinos pobres’, porque eso se paga muy caro. No comas solamente las ofertas de MacDonald’s porque eso se paga muy caro. La gente sabe que casarse con un hijo o hija de campesinos no es conveniente, pero sigue haciéndolo. Igual que los fanáticos de MacDonald’s continúan deleitándose con sus hamburguesas, papas fritas y Coca Cola. Los seres humanos no solo se mueven por razones utilitarias. Hay otras.


    Por ejemplo, en el enfrentamiento boxístico entre el equipo de Estados Unidos (o Suiza, si es que los suizos boxean) y el de Cuba, ¿pide el mandamiento que los cubanos deseen que sus campeones salgan noqueados? Porque se reconocerá que en esas pugnas deportivas se juegan también prestigios políticos y geopolíticos. El conflicto entre proyectos de nación y entre gobiernos también está allí presente. Cuando los cubanos ganan el oro olímpico en béisbol (pese a la deserción de muchas de sus estrellas que pasan a jugar a las ligas comerciales estadounidenses), ¿el mandamiento le ordena a la población cubana abuchear y maldecir a sus lanzadores, paracortos y jardineros? Si hasta los que se han exiliado, usualmente por razones económicas, desean que gane Cuba. Cierto: en Miami deben existir individuos y grupos minoritarios de cubanos que ven en esos triunfos derrotas personales.


    Y hablo de las afecciones nacionales sin tomar en cuenta las adhesiones de clase o grupo social, ni tampoco las raíces culturales. Los seres humanos no somos ‘en el aire’. Incluso bajo el dominio de Moisés, existían judíos que deseaban retornar a Egipto. Y tenían razones y afecciones para esa preferencia. Como se recordará, Moisés resolvió ejecutarlos.


    Es decir que el mandamiento no toma en cuenta, al menos, el tema nacional, que es más que una inclinación ideológica politicista. Y tampoco repara en la complejidad inherente a la capacidad para optar que tienen los seres humanos respecto de entornos natural-sociales o sociales. Esta complejidad hace que algunos, muchos o pocos, puedan optar racional y emocionalmente, estimándolo bueno o menos malo, o solo digno, en circunstancias específicas, por instituciones dictatoriales.


    Y se regala en esta parte del comentario que los mandamientos no aclaran para nada a cuáles instituciones democráticas remite el mandamiento. Se supone, me imagino, que son intuibles, previa lectura del Miami Herald o de la revista Nueva Sociedad.


    Digamos todavía que este mandamiento, aunque en versión menos grosera, ya había sido enunciado por Jorge G. Castañeda en un libro de inicios de la década de los noventa: La utopía desarmada. En su capítulo quince, y dando por sentada la muerte de la izquierda socialista, convoca a ‘la’ izquierda “ajustar cuentas con su pasado”. La primera medida de este ajuste de cuentas consiste en asumir una posición intransigente sobre la falta de democracia representativa y la existencia de violaciones a los derechos humanos “allí donde tengan lugar”. Este ‘allí’ tiene nombre y apellido: es la Revolución Cubana (así la escribe Castañeda).


    En esta última tarea, que ya vemos es política, no moral, Castañeda tiene la delicadeza de escribir “democracia representativa”, no solamente ‘la’ democracia. Menos fino es para referirse a ‘derechos humanos’. ¿Se refiere a todos, puesto que se los supone integrales, aunque luego se los clasifique en absolutos, relativos y progresivos? Porque derechos humanos económicos y sociales se violan sistemáticamente en todo el universo capitalista, por decir algo. ¿Y la demanda intransigente de ‘democracia representativa’ incluirá el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas donde el mandato de los Estados campeones de esta democracia es fieramente antidemocrático?


    La coincidencia entre los mandamientos que examinamos y la propuesta de Castañeda para ser intransigentes constituyen seña, sin duda, de la omnipresencia, en la fase de transición entre siglos, del Espíritu Democrático o de su metafísica. Oportunismo, se llamaba antes. O, en lenguaje moral, “hacer leña del árbol caído”.

 

    6.- Nunca justifiques una dictadura por algunos de sus “éxitos” económicos o sociales. Recuerda siempre que Hitler terminó con la desocupación en Alemania, que Stalin industrializó a la URSS en pocos años y que Pinochet detuvo la inflación en Chile.


    Este mandamiento parece ajustarse al criterio metodológico de totalidad o sistémico. No mires el detalle, sino el conjunto y la tendencia o tendencias dentro de él. Si no es así, habría que recordar que Estados Unidos construyó su democracia sobre trabajo esclavo, la expropiación asesina de las comunidades indígenas y el robo de una parte de México. Y que Inglaterra lo hizo robando o destruyendo la riqueza de sus colonias, como India. Pareciera que siempre es posible encontrarle ‘el detalle’ (Cantinflas dixit) a las empresas humanas. Los académicos hablan aquí de falacia de énfasis.


    Ahora, la mirada sistémica no consiste en la observación abstracta de un bloque. Es más fina. Por ejemplo, la dictadura empresarial-militar encabezada por A. Pinochet en Chile detuvo la inflación mediante la práctica de castigar a la fuerza de trabajo, fragmentarla y hacer de cada trabajador un individuo inerme ante el terror de Estado. Hizo esto para lograr una inserción más fluida del polo transnacionalizado chileno en la economía capitalista mundial y, de paso, para enriquecer a personas y familias específicas.


    Como se advierte, por la descripción anterior, existen muchas razones para ‘aplaudir’ a la dictadura chilena (pueden hacerlo muchos o pocos, según el caso, más en silencio o ruidosamente, etc.) y también muchas razones para abuchearla, adversaria y denunciarla.


    Además, ¿por qué los seres humanos tendrían solo que justificar o acusar? También pueden constatar o ignorar, adherir o rechazar, por ejemplo. En realidad, para ninguna de esas acciones necesitan justificar nada. Están en eso, es todo.


    El mandamiento, además de metafísico, es también estrechamente racionalista.

 

    7.- La frase de Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno con excepción de todas las demás”, no solo es juego de palabras. “La peor” significa que no es perfecta, es decir, es siempre mejorable. “De todas las demás” significa que es la mejor hasta ahora posible.


    Un semichiste generacional: “¿Y quién es Churchill?” ¿Forma parte del equipo del Gran Intérprete? Porque el Churchill histórico, un aristócrata, no respetaba los siete mandamientos recetados. De hecho, sentía gran admiración por Stalin y su experiencia en la Unión Soviética y estableció con él y Roosevelt lo que llamó la Gran Alianza. Por supuesto eran tiempos de guerra y Churchill necesitaba a la URSS. ¡Siempre esa maldita historia que impide practicar los mandamientos! También es cierto que se debe a Winston Churchill la expresión “telón de acero” para cercar a la Unión Soviética e impedir su expansión, pero esos fueron otros tiempos (1946) y signo de que los políticos suelen cambiar de opinión, de acuerdo a los contextos.


    Ahora, la frase de Churchill, que en el Reino Unido se considera una de sus humoradas y no una sentencia (el hombre era, además, escritor), se inscribe en una constatación empírica selectiva. Quiere decir, por ejemplo, que Estados Unidos ha tenido más éxito en producir beneficios para su población debido a su opción democrática o, incluso, plutocrática. O que la España democrática tiene ‘mejor aire’ que la España franquista. Pero de experiencias empíricas, que además son discutibles, no se sigue una regla moral. ¿Argelia tiene un ‘mejor aire’ desde que existen elecciones allí, o sea desde la década de los noventa? Uruguay no tiene el mismo éxito que Estados Unidos en darle beneficios a su gente y también realizó una opción democrática. De la enumeración de casos, a la vez empíricos y abstractos, no se sigue una teoría sobre ‘la’ democracia, ni a favor ni en contra. Menos un mandato moral.


    La exégesis que propone el mandamiento es, además, pueril, en el sentido de trivial. Las instituciones humanas, las mejores y las peores, son siempre perfectibles, aunque ‘perfectible’ sea objeto de interpretaciones diversas, discusiones y hasta de guerras. “De todas las demás” formas de gobierno, remite a un objeto al que se ha despojado de su sentido humano, es decir de su inevitable objetivación. Un ojo que todo lo ha vivido y que todo lo sabe juzga cualesquiera formas de gobierno no democráticas de manera universal e inapelable y las condena a formar parte de “todas las demás”, denominación que expresa una tautología. El ojo, por supuesto, no se pregunta nunca a sí mismo qué prácticas lo constituyen y determinan lo que ve. Ni explica, asimismo, en qué consiste lo democrático. Simpático, desde el punto de vista de la inocencia metafísica, pero pueril en términos sociohistóricos, o sea políticos.


    El séptimo mandamiento contiene, sin embargo, un giro peculiar: “…la mejor hasta ahora posible”. Se introduce así la posibilidad de la distinción política entre lo posible, lo prohibido (imposible para el sistema) y lo no factible a la experiencia. Aunque sea en su última línea, el heptálogo contiene un programa político: habría que organizarse para rechazar las actuales instituciones democráticas (por politicistas, coercitivas y excluyentes) y para promover las instituciones propias de un estilo de existencia democrático (cultura democrática) que supere la escisión público/privado y que tenga como eje la autonomía universal de los seres humanos y de los ciudadanos. Buen programa. Pero sospechamos que no es el que alienta en los peregrinos siete mandamientos que publicó América Latina en movimiento.
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     Nota.-

 

    (1)   El texto es el siguiente: 1.- La tolerancia política ha de terminar justo allí donde comienza una dictadura. 2.- La peor de las democracias es mil veces preferible a la mejor de las dictaduras. 3.- Nunca justifiques ni defiendas una dictadura para los demás si tú mismo (a) no quisieras vivir bajo ella. 4.- Nunca defiendas a una dictadura porque sea de izquierda, de centro o de derecha. Toda dictadura significa la abolición de la izquierda, del centro y de la derecha. 5.- En un conflicto entre una nación democrática y una dictadura nunca tomes partido a favor de una dictadura. Eso siempre se paga muy caro. 6.- Nunca justifiques una dictadura por algunos de sus “éxitos” económicos o sociales. Recuerda siempre que Hitler terminó con la desocupación en Alemania, que Stalin industrializó a la URSS en pocos años y que Pinochet detuvo la inflación en Chile. 7.- La frase de Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, con excepción de todas las demás” no es solo un juego de palabras. “La peor” significa que no es perfecta, es decir, es siempre mejorable. “De todas las demás” significa que es la mejor hasta ahora posible (América Latina en movimiento, p. 25, Nº 383, abril 2004, Quito, Ecuador).


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    Bibliografía:

     Castañeda, Jorge J.: La utopía desarmada, Ariel, Buenos Aires, Argentina, 1993
     Dahl, Robert  A.: La democracia y sus críticos, Paidós, 2ª edic., Barcelona, España, 1993.
     Harris, Marvin: Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura, Alianza, Madrid, España, 1980.
     Kirkpatrick, Jeane: “Dictaduras y dualidad de criterios”, en Estudios Públicos, nº 4-5, 1981, Centro de Estudios Públicos, Santiago de Chile.
     Macpherson, C.B.: La democracia liberal y su época, Alianza, Madrid, 1982.
     Mires, Fernando: “A propósito de la democracia”, en América Latina en movimiento, Nº 383, abril 28, 2004, Quito, Ecuador.

 

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