Tertulias Teológicas,

Universidad Nacional,

septiembre 2008.

 

       1.- Gracias a los compañeros de las tertulias teológicas por la invitación a una actividad acerca de un tema que el peso de la tradición cultural entre nosotros torna polémico, como es el de las diversidades sexuales. Y agradezco también la oportunidad de compartir con Emma Chacón y Jonathan Pimentel en esta mesa.

    A mí se me pidió que me refiriera a “las luchas-movilizaciones por el disfrute y goce de las sexualidades como factor y lugar para el pensar político liberador y también para explicite algunos de los bloqueos ideológicos principales que impiden o bloquean sistemáticamente el goce de las sexualidades ‘fuera’ de la normatividad heterosexual y su relación con otras prácticas de discriminación-dominación.” En el tiempo dispuesto, legítimamente breve, intentaré al menos acercarme a lo que pide la invitación. El tratamiento no puede ser sino esquemático.

    El planteo, “las diversidades sexuales y su ‘vivencia plena’”, que se supone o son un desafío o no existen, apunta a una cuestión central que afecta a las personas y a las sociedades. A las personas porque potencia, dificulta o impide su autonomía (una promesa moderna no cumplida), que pasa por su integración personal, y a las sociedades porque aspira a que ellas resuelven sus dificultades con equilibrio o agrega a ellas violencia discriminadora. Y ya tenemos bastante con la contenida en la propiedad y el mercado, los monopolios culturales, incluidos los clericales, los prestigios sociales, al autoritarismo político, la existencia cotidiana y las guerras militares… como para agregarles una violencia ligada y determinada por la sexualidad.

    Los seres humanos, como todos sabemos, no pueden prescindir de su sexualidad, de esa energía. Pueden significarla de diversos modos, pero no suprimirla. Está relacionada biológicamente con sus impulsos de vida. Culturalmente, además, puede vincularse con la represión, la desagregación personal, el pecado, la culpa, la discriminación y la muerte. Como sea, no se puede abolir. Destructiva o jubilosa, no se puede abolir.

    Más importante, desde hace medio siglo aproximadamente ocurrió en relación con la sexualidad humana un hecho civilizatorio que debería haberla impulsado hacia un proceso de liberación entendida como un ejercicio de la sexualidad más creativa y personalmente integradora. El factor material de ese hecho civilizatorio fue la aparición masiva de anticonceptivos (hormonales y químicos) de efectividad altísima, de casi un 100%. Su alcance cultural y espiritual es el de producir la posibilidad de separar, por primera vez en la historia de la humanidad, la sexualidad orientada a la reproducción (genitalmente fijada) de la libido polimorfa dirigida a la gratificación personal (que supone los procesos de integración personal), o sea a la libertad y el goce.

    En términos inmediatos, y conceptualmente, tener hijos se transforma, desde la década de los sesenta del siglo pasado, en una opción libre y responsable, igual que la opción de no tenerlos. Esta libertad supone o abre la posibilidad de otra manera de ser mujer (existir como mujer) y de otra manera de ser varón (existir como varón), ahora ambos valorados como personalidades completas y diversas, no necesariamente complementarias, y autónomas, figuras que por sí mismas, en tanto mujer y varón no obligatoriamente madres y padres, expresan legítimamente, cada cual, humanidad. El apareamiento humano deja de producir inevitablemente hijos. Desear tenerlos y tenerlos aparecen como opciones. Opciones que se construyen y respecto de las cuales tenemos capacidad de discernir cuáles son las que más nos convienen. El que decidamos libremente entre opciones nos torna responsables. Si quieren verlo más ‘bonito’, se acentúa en relacion con la sexualidad una ética de la responsabilidad y se afecta significativamente el imaginario y los discursos que la ligan con pecado, culpa y con actitudes y predisposiciones autoritarias (clericales, paternales, etc.) hacia los comportamientos sexuales. Se abre la posibilidad de una revolución en uno de los frentes históricamente más sensibles de las tramas sociales fundamentales: la sexualidad. Y, con ello, del carácter de las relaciones de pareja. Y esto hace más de sesenta años.

    La posibilidad revolucionaria tocaba el núcleo duro del dominio patriarcal que la sociedad moderna no inventó pero que practica ligándolo exitosamente con la reificación (cosificación) y los fetichismos mercantiles a los que exacerba con la reducción/fijación genital de la sexualidad y su degradación como mercancía. Igualmente afectaba, en lo que en esta noche nos importa, doctrinas clericales como la antropología católica y su concepción de la familia como un vínculo ‘natural’ entre heterosexuales monogámicos que orientan su sexualidad genital casta (o sea no-erótica) hacia la producción de hijos y su posterior crianza. Enemigos tan poderosos como los mencionados, más inercialidades culturales, han logrado frustrar por el momento, y durante ya casi medio siglo, el alcance revolucionario del hecho y proceso civilizatorio. Lo han logrado mediante una ofensiva para reposicionar la genitalidad como eje ‘natural’ de la libido y los sentimientos de pecado y culpa por el ejercicio diverso y erótico o gratificador de la sexualidad. Por ello, estos opositores o enemigos, su lógica o su espiritualidad, pueden ser entendidos como partes de un proceso conservador/reaccionario que agita tanto la pornografía (hoy uno de los mejores negocios globales) y la prostitución como los ataques clericales directos a los sexualmente ‘diversos’  en primer lugar las mujeres que luchan por su autonomía(bajo dominio patriarcal), los homosexuales masculinos y femeninos, los bisexuales, travestis y shemales y a sus instituciones en proceso de gestación o legitimación.

    Por una libido sin sobrerrepresión (el concepto señala la innecesariedad de una represión ‘excedente’) y por la legitimidad de la expresión de su ‘diferencia’, que se entiende como diversidad personal, dan hoy combates socio-políticos y culturales mujeres y varones con teoría de sexo-género, la mayor parte de los feminismos, homosexuales que han podido y querido “salir del closet” (utilizando una terminología del sistema que evita mencionar que habían sido encerrados en él), es decir producir y ofrecer su identidad desde sí mismos y destruir la identificación degradada que el sistema patriarcal y algunas clericalidades les asignan, trabajadoras sexuales organizadas autónomamente, y, como referente público, los sexualmente diversos prostituidos (casi siempre reproduciendo en su nivel el imperio patriarcal) que, con su ‘molesta’ por visible oferta legal, concitan la atención sobre la miseria libidinal, y con ello la violencia y muerte, a la que conduce la articulación de capitalismo, patriarcalismo y sexualidad ‘natural’ genitalmente fijada y obligatoriamente reproductiva.

    Refiriéndome específicamente a homosexuales femeninos y masculinos, quiero recordar que el proceso civilizatorio cuyo eje es otra posibilidad de asumir universalmente la sexualidad, llevó primero a la Asociación Americana (en el alcance estadounidense para ‘americana’) de Psiquiatría, en 1973, a sacar del listado de enfermedades a la homosexualidad humana y que la Organización Panamericana de la Salud hizo lo mismo hace unos 18 años, en 1990. Enfatizamos dos alcances de estas resoluciones institucionales: el homosexual ya no es objeto de terapia o cura por su homosexualidad. Ni requiere de medicación o de pócimas mágicas o de “milagros” que lo sanen. Un homosexual está sano, como cualquier otro individuo sano, pese al contexto todavía hostil. El segundo es que la homosexualidad queda determinada como una opción o figura tan ‘natural’ en la especie humana como la heterosexualidad, solo que es una figura de minorías. Legítima en su humanidad y de minorías. Estos, salud, opción natural y cultural y de minoría, son caracteres de la homosexualidad. Desde otro ángulo, y como se ha señalado antes, la pareja homosexual se abre legítimamente también a una experiencia de humanidad.

    Para la doctrina católica y de algunas otras clericalidades ‘cristianas’ la homosexualidad, en el 2008, sigue siendo una enfermedad. Los homosexuales que no practican deben ser vistos con respeto y compasión ya que están en proceso de sanación. Los practicantes son enfermos intrínsecamente desordenados cuya depravación no puede ser aprobada.

    El punto de conflicto cultural es aquí: ¿Son humanos en tanto homosexuales los homosexuales? La respuesta de la autoridad médica es . No están enfermos, son normales. La respuesta de muchas, no todas, las clericalidades ‘cristianas’, es no. La lucha cultural y política está en proceso. Como un ejemplo de cuán retrasada está quiero referirles una nota periodística de estos días (10/08/08), aparecida en La Nación. Informa sobre la XVII Conferencia Internacional del Sida que se realizó en México. Un experto en género y salud reproductiva, peruano, hace la siguiente declaración: “Por primera vez en estos congresos se habló de los transgénero, trabajadoras sexuales y hombres que tienen sexo con otros hombres”. Es decir, después de dieciséis congresos internacionales, los ‘entendidos’ en ciertos aspectos de la sexualidad humana pronuncian las palabras tabú: transgénero, trabajadoras sexuales o prostitutas (habría que agregar los prostitutos) y “hombres que tienen sexo con otros hombres” (el experto no se atrevió a decir ‘homosexuales masculinos”). Se trata de un suceso grotesco, pero que ilustra bien las dificultades y lentitud con que la sensibilidad cultural dominante de sociedades patriarcales y clericales rechazan/asumen la diversidad de una sexualidad  potencialmente liberada y orientada hacia la realización personal, ya en la maternidad/paternidad, ya en la gratificación. ¡Y esto tras una lucha constante, aunque de minorías, de medio siglo!

    2.- Quiero  detenerme, también esquemáticamente, sobre dos aspectos mencionados en el planteamiento más conceptual anterior.

    Son, siempre en relación con la diversidad de opciones sexuales, la cuestión del “otro” y de la “otredad” y, más singularmente por tratarse de algo que está en proceso de debate en Costa Rica, la cuestión de la familia ‘natural’ desafiada en este país por el requerimiento homosexual de que se legisle a favor de la familia entre homosexuales masculinos y femeninos.


   a) La diversidad de la mujer como un “otro”, es decir como un ser humano legítimo por sí mismo, es un tema relativamente reciente. Conceptualmente se abrió paso a finales del siglo XVIII y políticamente debió esperar al siglo XX. El ‘otro’ es alguien a quien la mirada oficialmente humana, inserta en prácticas de imperio, no reconoce como propiamente humano. La ‘varona’, surgida de la costilla de Adán. El indígena de América desde la mirada española y de Ginés de Sepúlveda. El ‘nica’ pobre para algunos costarricenses. El homosexual para alguna doctrina clerical o estatal. Bin Laden para los apóstoles de la guerra global preventiva contra el terrorismo. Estos diversos a los ojos de quien los ‘mira’ desde posiciones de superioridad o imperio sufren la violencia de quien los mira y determina como distintos y hace de este ‘distintos’, inferiores, abominables canallas o no-personas. El distinto resulta degradado e inferiorizado por su ‘diferencia’, incluso metafísicamente.

    Tengo aquí a la mano un libro voluminoso, El segundo sexo, de la escritora francesa Simone de Beauvoir, ya muerta. Es un trabajo de finales de la década de los cuarenta del siglo pasado. Se llama el “segundo sexo”, entre otros factores, porque durante la mayor parte de la historia de Occidente se ha estimado que la especie humana se manifestaba solamente mediante un solo sexo: el masculino. La mujer era un varón deficiente, una copia sin suficiente energía interna, por eso su pene se volvía hacia adentro de su cuerpo, como vagina. La vagina era un pene invertido. Algunos de ustedes se dirán, ¿qué drogas usa este señor que imagina estas barbaridades? Pues ninguna. En este otro libro que tengo a la mano, La construcción del sexo, de Thomas Laqueur, profesor en Oxford, se nos dibuja cómo este imaginario de una humanidad con un solo sexo se prolongó hasta finales del siglo XVIII. Es decir que las mujeres en tanto tales existen como sexo-género humano, y esto más o menos, solo desde hace dos siglos. Por ello el ‘otro’ paradigmático, en Occidente es la mujer. Por eso hay que recordarle en 1949, a mujeres y varones, que existe un ‘segundo’ sexo.

    Pero también son expresión del ‘otro’, en los siglos XIX y XX, los pueblos colonizados por Occidente en su despliegue imperial. Pueblos y culturas de Asia, Africa…que durante el siglo XX dan sus luchas de liberación nacional para ver si pueden, desde su autoestima legítima y desde sus raíces, abandonar su lugar de “condenados de la tierra”. Este anciano pensó durante mucho tiempo, en el siglo pasado, que si historiadores de otras galaxias llegaban alguna vez hasta este planeta, cuando ya no exista la especie humana, y lograran levantar información con  tecnologías imprevisibles, iban a determinar el siglo XX como el del final de los imperios coloniales. Pero desde hace algún tiempo, y viendo especialmente las luchas de mujeres con teoría de género, estimo que lo llamarán el siglo de la emergencia de las mujeres en el marco de la insurgencia de la ‘otredad’. En este sentido básico es que he hablado del efecto de separación entre la sexualidad orientada a la reproducción y la sexualidad orientada hacia la gratificación, la integración de la personalidad y la autoestima, como un fenómeno civilizatorio, o sea que puede cambiar el carácter de la existencia humana, que tiene entre sus antecedentes y componentes asimismo la ‘otredad’ de los pueblos colonizados y de los sectores populares y sus luchas. Se trata de batallas políticas y culturales que tienen como uno de sus referentes inspiradores la aspiración a una felicidad libidinal (erótica, gratificadora, propia de identidades integradas).

    b) El segundo punto que quiero destacar es la polémica, algo desbalanceada, que se ha generado en este período en Costa Rica por la presentación de un proyecto de ley que autoriza el matrimonio homosexual (y con ello la legalidad de la pareja/familia homosexual) en el país. Sabemos que los homosexuales masculinos y femeninos son gente sana con una opción sexual de minoría. No importa cuan minoría porque ese es un asunto borroso y discutido en este momento. La polémica se produce porque en Costa Rica los grupos dominantes quieren sentir "su" país católico y cristiano (y heterosexual) y desde estas perspectivas la ‘familia homosexual’ constituiría una aberración antinatural, un desafío a Dios y una herramienta de destrucción de las bases sociales ‘naturales’ de la sociedad. Detrás de la campaña contra la posibilidad legal de una familia homosexual están por supuesto las jerarquías clericales ‘cristianas’ de un país ideológicamente conservador y en el cual muchos aspiran a ‘salvarse’ golpeándose el pecho.

    Una primera cuestión que convendría preguntarse es si en el país existe esta familia ‘natural’ que, para la doctrina católica, por ejemplo, se configura mediante la unión de heterosexuales monogámicos que orientan su sexualidad hacia la casta, o sea sin mayor componente erótico, producción de hijos y a su buena crianza posterior.

    Tengo aquí a la mano un texto periodístico insospechable porque lo firma, en el marco de la campaña contra la posibilidad de una familia homosexual, una dama que se determina como politóloga y que escribe a favor de la única familia ‘natural’. La dama es presumiblemente católica. Su artículo, del sábado recién pasado, nos ofrece varios indicadores. La tasa de fecundidad, por ejemplo, descendió en Costa Rica en la última década, de 2,7 a 1,9 por mujer. Hace 40 años era muy superior a 3,0. La cifra parece indicar que los costarricenses, como tendencia, o utilizan métodos anticonceptivos efectivos o dejaron de copular heterosexual y genitalmente. En cuanto hogares monoparentales nos dice han experimentado un “visible aumento” (no da cifras) y son en un 80% jefeados por mujeres en alta situación de vulnerabilidad por su pobreza. A este segundo indicador le añade que en el año 2006 hubo en el país 469 nacimientos de madres menores de 15 años y más de 13 mil nacimientos de madres adolescentes. No nos dice cuantos de estos nacimientos se dieron como resultado de parejas de hecho o no matrimoniadas. Debe haber bastantes porque sí nos ofrece las cifras en que los matrimonios civiles, en el último cuarto de siglo, pasaron de ser el 23% al 76% en el año 2006. El matrimonio católico descendió del 77% al 24%. Pero, más decidor, en un período de tiempo semejante las uniones libres, que en 1973 comprometían a 87.531 personas, comprendían en el 2000 a 387.512 (el país tiene unos 4 millones de habitantes), es decir creció absolutamente en este período más de 4 veces, casi cinco. Sobre estas cifras nos añade un aumento “vertiginoso” de divorcios y separaciones y el aumento de la violencia intrafamiliar y de sexo-género.

    Estas cifras y visiones que nos da la politóloga nos dicen que la ‘familia natural’ en la versión católica no existe en el país como opción de mayorías. Es tan opción de minorías o sectaria como la opción homosexual.

    Ustedes dirán, pero ¿por qué escribió esta señora su artículo? ¿No estará a favor de la familia homosexual? No, no lo está. En el penúltimo párrafo nos revela su pretensión: “… se hace evidente la necesidad de que el Estado costarricense proteja y promueva la perspectiva familiar en la elaboración e implementación de política pública…”. Es decir la dama quiere que el Estado propicie (e imponga) entre los costarricenses una familia que, por las razones que sean, hoy no existe. Por supuesto este trabajo, en realidad, le correspondería a la pastoral católica, no al Estado aunque el de aquí sea pintorescamente clerical.

    Lo anterior se ha mostrado solo para indicar que en la experiencia del género humano siempre han existido familias, así en plural, no familia (una sola y ‘natural’). En la Biblia, y de parte de los ‘buenos’, aparecen familias poligámicas y monogámicas. El punto lo resolvía la riqueza del varón y alguna de las mujeres en la familia poligámica era ‘más esposa’ que las otras. Pero también han existido y existen familias poliándricas, grupales, sindiásmicas, etc., con sus correspondientes instituciones matrimoniales. En la especie humana no existe ningún tipo de familia ‘natural’. Todas son expresiones socio-culturales. Ninguna de ellas ha amenazado nunca con destruir el fundamento societal.

    Entonces, lo que existe históricamente son familias.

    ¿Tiene razón la jerarquía católica al sostener sus propuestas sobre la única familia? Pues sí, pues hace uso de su libertad de expresión. Lo que no puede hacer, y si no lo está debería estar tipificado como delito, es intentar presionar a las políticas públicas y a la opinión pública para que discriminen a los homosexuales por su inclinación y práctica sexual que, en Costa Rica, no constituye delito ninguno. Tampoco es ilegal, por tanto, que quieran constituir un tipo de familia. Las doctrinas católicas son para los católicos. Y su expresión, cuando es discriminadora, para dentro del templo. Para consumo de fieles (que, como vimos en lo que se refiere a sexualidad, tampoco siguen su discurso). Un discurso que discrimina o instiga a ello, fuera del templo, en espacios públicos debería configurar delito. Imagino que los homosexuales prácticos no son fieles católicos. Y si lo son, pues en el mundo de hoy deben optar entre su opción homosexual práctica y su adhesión clerical. O trabajar desde dentro de la iglesia, sin practicar su homosexualidad, para que la jerarquía cambie su doctrina.

    Esta última lucha intraeclesial, de improbable éxito porque la jerarquía católica vincula el punto de la sexualidad ‘natural’ con su monopolio cultural acerca de lo que es pecado, base de su poderío, esta lucha, digo, se inscribiría en un proceso para configurar una cultura de reconocimiento de “las familias” y de la legítima diversidad de las expresiones culturales y sociales humanas. Al igual que la emergencia del ‘otro’, estas luchas contienen apuestas liberadoras y factores de esperanza en el proceso más amplio de hacer de la humanidad un emprendimiento común, no único.

    Agreguemos todavía un último alcance: desde el punto de vista puramente conceptual, sin considerar la experiencia práctica, una familia compuesta por dos adultos que no pueden tener hijos biológicos ni, por ello, criarlos, en tanto pareja, parece un buen ejemplo de seres humanos que se reconocen como tales y se acompañan a lo largo de su existencia, sin otro propósito que el de reconocerse y acompañarse cordialmente. Si lo vemos desde este ángulo, salta a la vista que la familia heterosexual monogámica con dominio patriarcal podría aprender mucho de la familia homosexual. La familia heterosexual, propuesta como ‘natural’ por la sensibilidad católica, genera espacios de violencia dramáticos contra la esposa y madre, los niños y adolescentes y contra los ancianos. Igualmente es vehículo para la continuidad de la dominación patriarcal que la madre, capataz del padre, introduce en los pequeños como ‘natural’. Por supuesto, más acá del concepto, en la vida práctica la pareja homosexual muchas veces reproduce también las figuras del machismo culturalmente dominantes. Pero conceptualmente constituyen un buen ejemplo de sociabilidad básica. Algo para aprender.